En dos provincias distintas,
dominadas por un mar de olivos,
dos chicos nos encontramos
en el mismo compás.
No nos conocemos,
pero una misma canción
teje un hilo entre nuestros cuerpos,
y nos mueve.
Yo en unas escaleras,
hace calor, es mediodía;
tú en algún lugar,
con una camiseta amarilla.
Siento un latido que no entiende de espacios.
Las mismas notas se deslizan entre nuestros dedos,
suben, se enredan en nuestros hombros,
como si fueran ecos de una llamada.
En ese momento
la distancia desaparece,
y aunque no nos veamos ni sepamos,
la coreografía es una conversación sin voz.
Quizás, si el viento quisiera,
incluso hoy podría enviarte mi susurro,
la risa, la respiración entrecortada,
y devolverme los tuyos.
Pero por ahora,
yo sigo bailando a veces,
pensando que es posible
que el universo escuche...
Y volvamos a bailar juntos esa canción, aunque vuelva a ser a kilómetros de distancia.